No me considero menor para lo que hago. Vivo el momento más allá de mi desgaste diario.
Trabajo todos los días, aunque vivo menos el día. Mi salario no es el mejor, aunque mi perseverancia y mi paciencia si. No vivo mal, pero tampoco como quisiera.
Mi vida sufre el momento. Ese mismo que domina mis estados de ánimos, a favor y en contra.
Me ubico en el desinterés constante del materialismo, aunque a veces me frustro por no poder avanzar más en cierto sacrificio brindado.
Tengo un orgullo acojonante en referencia a personas que no son mi agrado, tengo personas de mi agrado a las que enorgullezco.
Soy amigo de las personas, soy enemigo de los imbéciles, aunque el imbécil pueda llegar a tener cura.
Soy enemigo con mi soberbia hacía la soberbia de los demás y trato de destruir sus ideas de vanagloria, considerando mis ideas superiores.
Pero me rebajo hacia el sencillo, al pobre, al que ríe, al que dice. Lo IMPONGO por sobre los demás. Al considerado burro, ignorante y negro, por el aireado concheto.
El aireado concheto que no sabe donde está parado, que en su soberbia, y superioridad que ni el conoce ni argumenta, es fácilmente destruida.
Para esa gente, yo me considero superior, orgulloso, y de élite.
Entre imbéciles y nobles, el orgullo es un buen arbitro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario